1983 fue un año de grandes decisiones y aprendizajes. Quienes iban a votar en octubre se paseaban por los actos de campaña masivos del peronismo y del radicalismo. Sin embargo, también había lugar para otras citas importantes de agrupaciones que generaban pasiones más acotadas, pero pasiones al fin. | |
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POR
HECTOR PAVON |
DE LOS CHORIPANES A LOS SANGUCHITOS DE MIGA |
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Foto: Militantes del Partido Intransigente en un acto de la campaña 1983
Yo era un testigo adolescente de las campañas presidenciales para las elecciones de octubre. No iba a votar, pero participaba de ese entusiasmo electoral, especialmente el que se daba en los actos de campaña. Aunque las tendencias políticas para las elecciones de 1983 estaban polarizadas entre la UCR y el PJ, que intentaban demostrar que en el medio no había nada, había otras opciones, otros sueños políticos por los que batallar. La mayoría de mis amigos mayores, o hermanos de mis amigos, buscaban alternativas en las distintas propuestas de la izquierda. Y tan solo uno de mis cercanos creía en la prédica neoliberal de la Ucedé. Vayamos a la figura que tanto seducía a los jóvenes de entonces. “Oscar Alende es conducta” decían las pancartas de esos actos que hacían creer en la posibilidad del milagro. En sus muy nutridos actos se vivía un entusiasmo por la democracia que se acercaba; el “bisonte” Alende seducía y generaba simpatía. Aunque casi nadie creía en un acto mágico que lo llevara a la presidencia, lo apoyaban con un espíritu de “Seamos realistas, pidamos lo imposible”. Era un candidato que traía ideas de izquierda democrática, un revolucionario sin fusiles. En mi escuela, un compañero de segundo o tercer año se había convertido en personaje notorio porque era el único que militaba en el Partido Comunista: nos taladraba la cabeza con los paraísos terrenales (un tanto imaginados o exagerados del relato que provenía de sus padres) de los países que estaban detrás de la Cortina de hierro. Un profesor barbudo, que militaba en la izquierda del peronismo elogiaba, en segundo lugar, al Movimiento Al Socialismo (MAS), que generaba curiosidad con sus propuestas de vivir “como Cuba, pero con democracia”. También había sorpresas: un compañero de mi camada llamaba la atención convocando a ir a reuniones del Movimiento de Integración y Desarrollo (MID). El pobre se cansaba de repetir la historia del partido y sus planes desarrollistas. Siempre quedaba agotado y hablando en soledad. |
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Foto: Oscar Alende, candidato a la presidencia y la figura más relevante del PI.
Un mitin con vino en copaEl que adhería lentamente a ideas que estaban en las antípodas de las inclinaciones políticas de mis amigos y conocidos era Daniel. El único adherente a la Ucedé que conocía. Nunca supe si quiso involucrarme en ese camino. Con él habíamos compartido los días de la primaria, luego fuimos a secundarios situados en veredas opuestas de todo pensamiento y acción. Yo iba a una escuela industrial pública y Daniel estudiaba en un liceo militar donde quedaba internado de lunes a viernes. Una tarde de sábado me invitó a una reunión política en una casona en San Miguel donde -me remarcó- iba a haber vino gratis. Fui, curioso por la fauna que imaginaba conocer y tentado por el alcohol libre, aunque en ese entonces no solía beber vino. Había presenciado actos y reuniones alfonsinistas, peronistas, intransigentes y comunistas. Esto era algo muy distinto. La entrada a la casona era libre pero observada por indisimulables guardias de remera y saco: la elegancia de los asistentes parecía más la de una fiesta empresarial que la de un político. Efectivamente, había vino para acompañar una cantidad infinita de empanadas. El contraste con los mitines políticos clásicos era notorio: no había humaredas de choripanes ni alcoholes baratos que había que pagar. Las bandejas, que también incluían sanguchitos de miga, no cesaban y los mozos seguían descorchando botellas. Mientras observaba gestos y vestuarios de los asistentes visualicé a un grupo de chicos de mi escuela, sin grieta de por medio: alfonsinistas, intransigentes y peronistas. Obviamente estaban colados. Descontrolados, liquidaban la oferta de bebida y comida. Llamaban la atención a pura carcajada. Uno del grupo se me acercó y me preguntó qué hacía en ese lugar. Le expliqué que estaba acompañando a un amigo y le pregunté lo mismo. Me dijo: “estamos espiando…”. Los dos nos reímos. Entonces, los aplausos interrumpieron nuestras risas: entró el mismísimo fundador de la Ucedé, el ingeniero Álvaro Alsogaray y la pequeña multitud estalló en aplausos y vivas para el fundador del partido. Arrancaba el ritual. |
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Foto: El referente del liberalismo, Álvaro Alsogaray, en campaña.
Con ganas de votarPoco después, sigiloso, abandoné el jardín de esa casona, a mi amigo que quedó obnubilado, y a los compañeros revoltosos de la escuela que seguían persiguiendo bandejas. Había mucho para pensar después de esa seguidilla de actos políticos. Sin la posibilidad de votar, todavía, sospechaba que era importante conocer, estar atento y valorar el hecho democrático tan esperado que se acercaba. Años después quise reencontrar esa casona. No pude. Tampoco supe nada de esos compañeros politizados. Mi amigo se fue a vivir a Francia, espantado con los rumbos políticos que iba tomando el país. Hoy el PI, la Ucedé y el PC, prácticamente no existen. Los que andábamos por esas calles ya no somos los mismos. |