Daño colateral: los plásticos de la pandemia por María Elina Serrano

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Si bien la preocupación más importante es implementar un sistema de vacunación que permita vencer al coronavirus y reactivar la economía pospandemia, los temas ambientales derivados de la COVID 19 también tienen su impacto.

  

Durante 2020 hemos visto las imágenes de animales y otras especies del mundo natural paseándose libremente por las ciudades desiertas. La baja en el transporte mejoró sustancialmente la capa de ozono y así como la calidad del aire y de las aguas.

Pero no todo es ternura y belleza. Si de contaminación se trata, se destaca que la contaminación por plásticos es uno de los principales problemas ambientales del planeta.

Hasta antes de la pandemia, las personas eran plenamente conscientes de los problemas derivados del uso de los plásticos. Sin embargo, la necesidad de contener la propagación del virus ha causado el resurgimiento del plástico como un material indispensable. Todos los elementos que tocan nuestra boca, nariz y manos tienen una alta probabilidad de estar contaminados.

Es por ello que la producción de elementos de protección personal ha ido en aumento, a medida de que ha aumentado la movilidad de los distintos grupos sociales. Y, sobre todo, de elementos de un solo uso que contienen plásticos: los descartables.

Incineración y dioxinas

El plástico es un residuo habitual en el sistema sanitario: pensemos en los innumerables sachets de solución fisiológica, jeringas de policarbonato, tubos médicos de PVC, bolsas de sangre, mangueras, blisters y envases descartables de distintos tamaños.

Es un material imprescindible para los equipos de protección individual del personal sanitario. Los barbijos que utilizan tienen un material filtrante constituido por un entramado de fibras plásticas que retiene los virus. También son de plástico los guantes, las batas impermeables, los protectores oculares, las viseras y pantallas protectoras faciales.

Por la pandemia, la generación de residuos hospitalarios se ha incrementado de forma exponencial. Se calcula que aproximadamente un 85% son desechos comunes: platos, servilletas o cubiertos por ejemplo. Todo descartable. El 15% restante  es material peligroso que puede ser infeccioso, tóxico o radiactivo y por eso, antes de ser enterrado como cualquier otro residuo debe recibir un tratamiento especial. Es lo que se coloca en la “bolsa roja” en los centros sanitarios.

Antes de la pandemia, se podía separar, compactar y regresar como materia prima aquellos plásticos de alto valor, que permanecían sin contaminar, como los sachet de suero fisiológico. Ahora, que los contaminantes están esparcidos por el aire, todo se vuelve sospechoso.

Los residuos biopatogénicos se esterilizan en autoclave, proceso que los descontamina a partir una combinación de temperatura y vapor de agua, dejándolos con menos carga bacteriana que un residuo domiciliario. Es una tecnología de bajo costo, amigable con el ambiente, que evita la incineración y la consecuente carga de humo, cenizas y gases contaminantes.

El problema surge cuando las instalaciones de tratamiento térmico de residuos hospitalarios se ven colapsadas. Se debe analizar el posible riesgo ambiental de estos procesos. Si no se trabaja con las condiciones necesarias para la incineración de residuos que poseen un elevado contenido en plástico, se pueden generar emisiones de compuestos cancerígenos como las dioxinas y los furanos.

Las dioxinas y furanos son subproductos no deseados de la incineración incompleta de desechos (domiciliarios y hospitalarios) de productos como los derivados de la madera (papel, cartón, etc) y el plástico.

Una dioxina famosa, altamente tóxica, fue el componente clave del Agente Naranja, un desfoliante que se usó en Guerra de Vietnam y sigue ocasionando daños hasta la actualidad.

Esclavos del plástico

Miles de millones de personas están utilizando tapabocas de plástico, que además son de un solo uso ya que deben cambiarse todos los días. Ya se encuentran flotando en el agua de ríos y mares de todo el mundo. Es la prueba evidente de una mala gestión de este residuo.

La pandemia de COVID-19 también aumentó el consumo de otros plásticos descartables como bolsas, botellas de agua, recipientes para transportar comida o embalajes del comercio electrónico.

Por el temor a tocar un elemento contaminado, las personas optan por todo tipo de envases descartables, que se desechan rápidamente: el coronavirus puede permanecer de dos a tres días en el plástico.

Para mantener es distanciamiento y la protección en farmacias, oficinas y supermercados, aparecieron las mamparas protectoras que actúan como barrera física y aumentan la seguridad entre clientes y trabajadores. Las mejores mamparas se fabrican con metacrilato, también conocido como PLEXIGLAS®. Es un material plástico transparente, irrompible, flexible y resistente. También se utilizan mamparas de policarbonato y otros tipos de plásticos de diferentes costos.

Las mamparas y cubículos tienen una vida útil de unos 10 años.

Cuando pase el temblor

Hasta la llegada de la pandemia de COVID-19, el 2021 parecía ser un año crucial en la lucha contra el uso de los plásticos. Vajilla plástica, bastoncitos para los oídos y sorbetes están condenados a desaparecer. Se prevé recuperar el 90% de las botellas plásticas para el fin de la década, y así aumentar el uso de material reciclado.

Es cierto que por motivos de higiene y salud no se pueden prohibir los plásticos de un solo uso mientras dure la emergencia sanitaria. Pero es muy importante evitar que, terminada la crisis, se agudice el problema ambiental.

Cuando llegue el día en que se retiren las mamparas y se abandone el uso de tapabocas desechables, el mundo se encontrará con una gran cantidad de residuos plásticos.

¿Seremos capaces de gestionarlo correctamente, evitando su impacto ambiental en ecosistemas terrestres y acuáticos?

Debemos planificar normas y acciones para ese momento.

Con la aplicación de las vacunas, cada día estamos más cerca.