Desigualdad tecnológica: lo que la pandemia vino a demostrar a los gritos

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Por Mariana Silvestro Desarrolladora en intive e integrante de [LAS]deSistemas

Después de casi 5 meses de cuarentena diferenciados en varias fases en todo el territorio de nuestro país, la población argentina comienza a construir una especie de “nueva normalidad”. Aquellas personas que tenemos la posibilidad de trabajar en nuestras casas por pertenecer a un rubro de privilegio, nos acomodamos a la fuerza después de varias semanas, pero que el árbol no nos tape el bosque, ¿es esto una realidad de todas las personas?

Las mujeres al frente Según el informe del Observatorio de la Deuda Social Argentina (UCA) “Heterogeneidad y fragmentación del mercado de trabajo (2010-2018)”, en 2018 había 49,3% del personal trabajador en el sector microinformal. Adentrándonos en los datos, el análisis arrojaba que el mayor porcentaje de estos trabajadores informales se concentra del lado de las mujeres. El estudio de Natsumi Shokida de Economía Feminista del último semestre nos arrojó que el trabajo doméstico es realizado en 98% por mujeres. Es una actividad que no se puede reemplazar por teletrabajo.

Si miramos dentro del sector de salud, según el informe “Aportes para el desarrollo humano en Argentina 2018: Género en el sector salud: feminización y brechas laborales” del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo, realizado en el 2018 dentro del sector profesional de salud, las mujeres en Argentina son casi el 60% y son quienes hoy siguen estando al frente de la pandemia. Están más expuestas al contagio, tanto ellas como sus familias. Otro trabajo que no se puede reemplazar por el teletrabajo.

Pero entonces, las mujeres que trabajan desde su casa, están mejor, ¿no? La respuesta es no. Los hogares con acceso a computadoras en nuestro país representan el 60%, según datos del Indec correspondientes al cuarto trimestre de 2019. Lamentablemente no se considera la variable de género, importante para hablar de la brecha digital.

La brecha digital es un concepto que “hace referencia a la desigualdad entre las personas que pueden tener acceso o conocimiento en relación a las nuevas tecnologías y las que no […] Las desigualdades se producen tanto en el acceso a equipamientos (primera brecha digital) como en la utilización y la comprensión de las que ya se encuentran a nuestro alcance (segunda brecha digital)”. Y es importante de mencionar, porque en las últimas semanas se discutió la ley de teletrabajo y la pandemia puso a vista de la población que las tareas domésticas y de cuidado son un trabajo que debe reconocerse. Establece un orden y un límite para la doble jornada laboral y tiene un inciso importante: el derecho a la desconexión.

¿Y cuál es la resistencia social a este punto? Contempla no recibir mensajes ni llamadas después de horario, que a pesar de que nuestro país tiene ventaja legislativa con respecto a otros de la región, en materia de leyes por la igualdad, culturalmente el trabajo doméstico sigue recayendo en las mujeres. Proyecta mucho más que el síndrome del burnout. El acceso a Internet y las diferentes TICs no son un lujo. Implica puertas laborales y perfeccionamiento de nuestros saberes. Comunicación con nuestros pares, información de emergencia, entretenimiento.

La brecha digital y la conexión constante representan un modelo obsoleto, pero de modalidad virtual: mujeres con menos acceso a los estudios y oportunidades laborales y una doble jornada que no culmina. La pandemia no puede significar solo malas noticias, debemos repensar los paradigmas con los que hasta ahora ha funcionado el sistema. Las lecciones aprendidas para quienes formamos parte del sector tecnológico deben comprender el Internet y las TICs como derechos, tal como la educación.