por Roberto Colimodio.
«El 31 de Mayo de 1565 el capitán Diego de Villarroel fundó la ciudad de San Miguel de Tucumán, en un lugar cercano a Monteros conocido como Ibatín. En 1685 fue trasladada por Fernando de Mendoza Mate de Luna hasta el paraje denominado La Toma, su actual ubicación, traslado que llevó cinco años. Como la mayoría de las localidades hispanoamericanas, la planta urbana original tenía forma de damero, con una plaza al medio y nueve cuadras de lado con calles de doce metros de ancho. Alrededor de esta plaza estaban las instituciones principales como el Cabildo y la Iglesia Matriz. Esta nueva ubicación, en el camino que unía el Río de la Plata y el Alto Perú, la convirtió en un centro comercial y político regional.
En 1814 nació Tucumán como provincia, cuando dejó de depender de la Intendencia de Salta y se le dio jurisdicción sobre los territorios de Santiago del Estero y Catamarca; San Miguel era todavía un modesto poblado de aproximadamente 5000 habitantes. Sus edificios públicos y religiosos (el Cabildo, la Iglesia Catedral, etc.) se encontraban en estado deplorable, casi en ruinas. Por el contrario, las residencias particulares mostraban mejor mantenimiento; pero por sus dimensiones, casi ninguna de estas casas resultaba apropiada para ser sede del Congreso de 1816.
La realización del Congreso en Tucumán, debe agradecerse a la colaboración espontánea y desinteresada de la señora Francisca Bazán de Laguna, quien cedió su propiedad (una de las mejores de la ciudad) autorizando a que se realicen en su casa las mejoras y modificaciones necesarias. Allí en la entonces casa de la calle del Rey (actual calle Congreso Nº 141) fue declarada la Independencia de las Provincias Unidas del Río de la Plata el 9 de Julio de 1816.
El edificio, data de finales del s. XVIII y posee una fachada de estilo barroco, con columnas salomónicas (en espiral). La casa posee una sola planta, y un patio rodeado de habitaciones; dos de ellas, paralelas a la fachada principal, fueron adaptadas para las reuniones demoliendo paredes divisorias para formar una salón de 15 metros de largo por 5 de ancho.
Su portada, flanqueada por dos gruesas columnas torsas, es el único índice para tratar de ubicar aproximadamente la fecha de construcción de la casona, que debió de ser hacia 1760 – 80. Las columnas torsas, salomónicas ó helicoidales aparecieron en México a mediados del siglo XVII, de preferencia en retablos. Se extendieron luego a Quito y al Perú, llegando tardíamente al norte argentino, como lo prueban los escasos ejemplos que se conocen: casa de Sobremonte en Córdoba (mediados del XVIII); puerta de la casa de Mendiolaza en Salta (1760); puerta de la casa de Don Pedro Valentín de la Cámara (1762); transportada en 1846 al convento de San Bernardo. También hubo de tener tales columnas la catedral de Santiago del Estero, cuyo proyecto firmado por Melchor Suárez de la Concha, se conserva en el Archivo de Indias. En todo caso, cabe destacar que la columna torsa, elemento frecuente en el barroco español y americano, fue rarísima en nuestro país.
Debido al tiempo que demandaron los arreglos, las primeras reuniones se realizaron en la casa de don Bernabé Aráoz, quien proveyó de muebles varios, entre ellos el escritorio y sillón presidencial. En tanto que algunos sillones y escaños fueron facilitados por los conventos de San Francisco y Santo Domingo.
La célebre Casa de Tucumán fue utilizada hasta la última sesión del 17 de enero de 1817, fecha en que el Congreso se mudó a Buenos Aires, y fue retornada a sus propietarios. En años siguientes pasó por herencia a manos de la familia Zavalía.
Recién en 1869, el Congreso sancionó la ley por la que se autorizaba al Gobierno a comprar el edificio, compra formalizada en 1874 donde el inmueble pasó a propiedad del Estado Nacional por la suma de 25 mil pesos fuertes. Sin embargo, no se respetó la conservación como reliquia histórica. La “Casa de Tucumán” fue transformada en oficina de Correos y Telégrafos y se le realizaron cambios en su fachada, perdiendo por completo su aspecto original brindándosele un estilo neoclásico. También en el interior se realizaron varios cambios y alteraciones y siguió sufriendo el deterioro.
En 1880, el diputado tucumano y ex gobernador de la provincia, Lindoro J. Quinteros, presentó un proyecto de restauración que fue aprobado otorgándose un subsidio de 6 mil pesos para reparar los desaciertos anteriores y el abandono extremo que la casa poseía para ese tiempo.
Durante 20 años y lentamente se realizaron los trabajos de reparación, hasta que, en 1903 el presidente de la Nación, Julio Argentino Roca (tucumano) dispuso la demolición total del edificio, con excepción del salón donde se juró la Independencia. Para conservar este salón, se levantó un templete de estilo francés, construido por el ingeniero Joaquín Belgrano. De esta forma se desvirtuó lo poco que quedaba de la Casa.
El 9 de octubre de 1941 se sancionó la ley 12724 promovida por el diputado Ramón Paz Posse, para que se reconstruyera la casa de acuerdo a su trazado original. Esta tarea recayó en el arquitecto Mario J. Buschiazzo, quien, en base a los planos realizados en 1874 al momento de la adquisición de la casa por el Gobierno, y por dibujos y fotos antiguas (sobre todo la de Ángel Paganelli, de 1869), tuvo las herramientas documentales necesarias para la reconstrucción. Ya el 12 de agosto de 1941 la casa había sido declarada Monumento Histórico Nacional y en julio del año siguiente comenzaron las obras y la demolición del templete.
Para mantener el estilo y el carácter colonial, se compraron tejas, puertas, ventanas y rejas que pertenecieron a la residencia del obispo Piedrabuena, construida por la misma fecha que la Casa Histórica y que iba a ser demolida. Conservándose de la estructura original solamente el Salón de la Jura como testimonio histórico más importante de la casa, en sus paredes se exhiben los retratos de los 29 congresales que participaron de las sesiones. Una vez concluida la reconstrucción y su restauración, el edificio fue convertido en Museo y abierto al público el 24 de setiembre de 1943, mostrando en sus salas colecciones de muebles, cuadros, documentos y objetos de contenido histórico diverso. Las paredes del último patio poseen dos bajos relieves esculpidos en bronce, en 1904, por Lola Mora, denominados El Congreso y 25 de Mayo.
“Historia de la Casa de la Independencia” por el Arq. Mario Buschiazzo
Sobre la reconstrucción Buschiazzo escribió:
“No era fácil, ya que debía hacerse una exhaustiva investigación que permitiese asegurar previamente que se contaría con la documentación gráfica necesaria. Sin esta seguridad, se corría el gravísimo riesgo de caer en las fantasías y falsedades, que hubiesen sido peores que dejar el venerable resto protegido por el pabellón. La pesquisa dio un resultado notable donde menos se esperaba: en el archivo de la Dirección Nacional de Arquitectura. Existían allí media docena de planos, en papel Whatman, coloreados, con medidas a escala, que habían servido para las tramitaciones oficiales cuando se adquirió la casa y cuando se la reformó. No había planos de fachada, pero esto se podía obviar con unas divulgadas fotografías tomadas por el señor Ángel Paganelli en 1869, muy nítidas. Se llegó incluso a localizar los negativos, pero la casa fotográfica que los tenía, con poco espíritu patriótico, pidió una suma exorbitante por ellos. Afortunadamente, en varios archivos existían nítidas copias de esas fotos tan valiosas para la reconstrucción, como más adelante se verá.
Estos se comenzaron el 17 de julio de 1942 con la demolición del templete o pabellón. Pero antes de iniciar las obras sucedió algo muy interesante que conviene destacar. La opinión pública era, en general, favorable a la idea de la reconstrucción, pero no faltó quien se opusiese, especialmente el entonces obispo de Tucumán Monseñor Barrère.
Con la seguridad de que Ios planos preparados eran la expresión fiel de lo que había existido, quien esto escribe, en compañía de su colaborador el Arq. Jorge A. Cordes y de otros técnicos deI Ministerio de Obras Públicas, citó a los periodistas y fotógrafos de los principales diarios tucumanos y en presencia de ellos hizo trazar con tiza, sobre el embaldosado del patio, el perímetro de los desaparecidos muros. A continuación varios obreros comenzaron a levantar el solado y ante el asombro general aparecieron todos los cimientos de la casa, exactamente en los lugares señalados previamente con tiza. La batalla estaba ganada. Al día siguiente los periódicos publicaron la noticia y las fotos, y desde entonces todo marchó como sobre carriIes. Puedo asegurar, por Io tanto, que la reconstrucción de la casa se hizo sobre los cimientos auténticos, conservando desde luego la histórica sala, que no se tocó en absoluto.
Las obras comenzadas el 17 de Julio de 1942, se terminaron el 5 de Julio del año siguiente, con un costo de $ 120.829,61. Pero la situación política del país impidió inaugurar de inmediato la Casa de la Independencia, reconstruida y restaurada. Poco después de la revolución de junio de 1943, el presidente de la República, general Pedro P. Ramírez, pudo inaugurar las obras el 24 de setiembre de 1943, exactamente 39 años después de la inauguración de la monumental tapadera, ahora felizmente desaparecida.
El tiempo ha hecho olvidar las polémicas y críticas, a veces por demás cáusticas, y se ha encargado de ir cubriendo con su pátina las obras nuevas. Hoy muy pocos se acuerdan de aquel enorme pabellón francés, y cuando llegan a la venerable casona transponen su portada en la creencia de que es la original. Comprendo que es una mentira piadosa, pero creo que el resultado obtenido y los años se han encargado de justificarla.”
BIBLIOGRAFÍA
BUSCHIAZZO, MARIO “Historia de la Casa de la Independencia” – 1943.
GUTIÉRREZ, RAMÓN: “Tucumán y su Casa Histórica” – Artículo publicado en “Crónica Histórica Argentina”. Edit. Codex – 1968.
“Argentina, pueblo a pueblo.20.” – AGEA – 2006.