La pandemia de la desinformación: COVID-19 y la cacofonía caótica de las mentiras y distorsiones

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Los motores de información falsa o engañosa no crean una disfunción social de la nada, sino que reflejan y amplifican defectos sociales preexistentes. Los autores profundizan en esta opinión el grave significado de la desinformación para las políticas públicas y, en particular, para la geopolítica internacional.

La pandemia de la desinformación: COVID-19 y la cacofonía caótica de las mentiras y distorsiones

FOTO: AFP

“Me puse la vacuna. Si no sirve, ustedes serán los primeros en saberlo. Pero está funcionando”, dijo el ex presidente de Estados Unidos, Donald Trump, el sábado 21 de agosto, a una multitud de simpatizantes en un rally en Cullman, Alabama, antes de recibir una lluvia de abucheos, en un estado que cuenta con una de las tasas de vacunación contra COVID-19 más bajas de ese país.

Actualmente, Estados Unidos—junto a gran parte del resto del mundo—se encuentra luchando contra una ola más de la pandemia de COVID-19, impulsada principalmente por la aparición de la variante Delta. Mientras que las unidades de terapia intensiva en hospitales alcanzan su capacidad máxima, y se avecina el espectro de la imposición de medidas de confinamiento y distanciamiento social nuevamente, legisladores alrededor del mundo han puesto la vista cada vez más en abordar un virus distinto, pero paralelo: el de la desinformación; el cual, muchos argumentan, ha socavado los esfuerzos internacionales para detener la pandemia.

Un virus desconcertador por derecho propio, la desinformación, ha arrasado por el mundo de manera similar durante los últimos 18 meses, acelerado por el contexto de la nueva e incierta realidad a la que ahora nos referimos, comúnmente, como la “nueva normalidad”.

Cada vez más, objeto de leyes urgentes y debate político alrededor del mundo (y con buena razón), la epidemia de la desinformación e información falsa ha impulsado llamados para la creación de nuevas comisiones, grupos de trabajo y zares en abundancia -y su consecuente formación-. Desde las audiencias ante el Congreso por parte de los CEOs de los gigantes de la tecnología, como Mark Zuckerberg de Facebook, Jack Dorsey de Twitter y Sundar Pichai de Google, hasta la recién anunciada “Comisión sobre la irregularidad de la Información” del Instituto de Aspen, copresidida por Katie Couric y con la participación del Príncipe Harry, Duque de Sussex, y el gran maestro de ajedrez, Garry Kasparov, la desinformación ha capturado el miedo y la imaginario colectivo de aquellos que operan en el espacio político, como pocos fenómenos lo han hecho.

En el Congreso de Estados Unidos, legisladores han hecho un llamado para “desarrollar la resistencia de los ciudadanos a la desinformación desde un enfoque de gobierno integral”, y los demócratas del Congreso han urgido al presidente Joe Biden a nombrar a un zar de la desinformación dentro de las fuerzas especiales COVID-19 de su administración.

En una noche cualquiera en Estados Unidos, más de tres millones de estadounidenses sintonizan “Tucker Carlson Tonight”—el noticiero más visto de la cadena de cable más vista en Estados Unidos, Fox News—para ver al presentador del programa cuestionar la seguridad y eficacia de las vacunas contra COVID-19, mientras crítica los lineamientos del uso de cubrebocas, llamándolos instrumentos de “control social” casi totalitario. También es cierto que algunos de los otros colaboradores de Fox News, como Sean Hannity, recientemente han comenzado a respaldar un poco la vacunación.

Mientras tanto, en Tennessee—uno de los estados principalmente rurales del sur y el oeste de Estados Unidos, donde las tasas de vacunación entre adultos aptos para recibir la vacuna rondan obstinadamente en el 40 por ciento—Phil Valentine, un conservador locutor de radio que ponía en duda la gravedad de la pandemia y necesidad de vacunación, murió esta semana después de luchar contra el COVID-19 en el hospital durante semanas. Durante meses, Valentine fue una de muchas voces en el espacio radiofónico dominado por la derecha—un medio que tiene en promedio 15 millones de escuchas a la semana—en exhibir dudas sobre la eficacia de la vacuna y dirigiendo a sus escuchas hacia curas dudables, antes de finalmente retractarse. Aunque, de hecho, muchas de esas voces continúan envenenando el pozo del discurso público.

La marea creciente de desinformación, información falsa y propaganda ha sido bien documentada en los últimos años, particularmente debido a que el acceso a internet y el consumo de redes sociales se han vuelto aparentemente omnipresentes. Pero en el contexto de la pandemia, el azote de desinformación se ha intensificado, con un costo que —al menos en algunos casos— se puede medir en vidas humanas. Frecuentemente difundido con avidez a través de redes sociales como Facebook y Whatsapp —además de medios más tradicionales como la televisión y radio— la desinformación relacionada con COVID-19 incluso ha fomentado y facilitado el uso generalizado de remedios no probados científicamente, y potencialmente letales (desde la ivermectina en el delta del Missisipi, a la “Solución Mineral Milagrosa” a base de cloro en Colombia, a la hidroxicloroquina en Brasil y Estados Unidos), y ha propagado el escepticismo popular hacia las vacunas contra COVID-19, que hoy representan nuestra mayor oportunidad para detener la pandemia.

Es importante destacar que no estamos argumentando que la desinformación por sí sola sea la responsable de la indecisión hacia las vacunas, las teorías de la conspiración y la popularidad de las curas mágicas de “aceite de serpiente”. El escepticismo hacia las vacunas, y hacia las farmacéuticas en general, existe desde antes de la era del internet y redes sociales. Los motores de la desinformación e información falsa no crean una disfunción social de la nada, sino que reflejan y amplifican defectos sociales preexistentes; aquí radica el grave significado de la desinformación para las políticas públicas y, en particular, para la geopolítica internacional.

La pandemia COVID-19 surgió como un punto geopolítico crítico tan rápido como se extendió por todo el mundo a principios de 2020. En el verano de ese mismo año, autoridades chinas compararon escenas de un festival en Wuhan, la ciudad donde se cree que apareció el virus por primera vez, donde los asistentes no llevaban cubrebocas —disfrutando de los beneficios de un estricto bloqueo nacional y una sólida infraestructura para “prueba y rastreo”— con imágenes que emergían de Estados Unidos y Europa Occidental, países devastados por el virus, argumentando que la pandemia había reivindicado el modelo chino de gestión vertical unipartidista, deslegitimando la democracia liberal de Occidente.

Con el desarrollo y producción de las primeras vacunas contra COVID-19, mientras los países del norte priorizaron la compra de suficientes dosis para inmunizar a toda su población —superando a las naciones más pobres en el mercado de las vacunas— China y Rusia llenaron el vacío, firmando contratos para enviar sus respectivas vacunas (Sinopharm, Sinovac y Sputnik V), a países desde Algeria hasta Argentina, y proclamando a sus regímenes autocráticos como los salvadores de las naciones privadas de vacunas, a causa de lo que ellos afirman como el desprecio occidental por la solidaridad internacional.

Pero hay mucho más detrás de esta llamada “diplomacia de la vacuna”. En algunos casos, los contratos de compra se han diseñado para extraer enormes concesiones económicas y geopolíticas: en abril, mientras Paraguay luchaba con un aumento en hospitalizaciones por COVID-19 y un estancamiento en la estrategia de vacunación, China supuestamente ofreció cientos de miles de codiciadas vacunas de Sinovac al presidente Mario Abdo Benítez como incentivo para terminar las relaciones diplomáticas oficiales con Taiwán (República de China) y reconocer a la comunista República Popular China. Honduras, que también mantiene relaciones diplomáticas con Taiwán, se encontró en una situación similar a principios de este año. Como señaló el coordinador principal del gabinete del país, en un lenguaje que representa una bendición política para Beijing, y a pesar del deseo del gobierno por mantener relaciones diplomáticas con Taiwán, “El pueblo hondureño ha comenzado a ver que China está ayudando a sus aliados, y nos empezamos a preguntar por qué los nuestros no nos ayudan”.

Con el aumento de las exportaciones estadounidenses de vacunas a América Latina y otras partes del mundo, una gran cantidad de actores extranjeros—incluidos Rusia, China y Cuba—han pasado cada vez más de un giro meramente político, a un matrimonio devoto y cada vez más agresivo entre la desinformación y la diplomacia de las vacunas, en parte para continuar la agenda geopolítica de cada país. Si bien la arbitrariedad del panorama de la desinformación varía de lugar en lugar—es decir, la desinformación extranjera adquiere naturalmente una forma y tono distinto en la ciudad de Nueva York que en Buenos Aires, São Paulo o Caracas—sus objetivos son casi siempre los mismos: sembrar desconfianza y descontento entre el público hacia las instituciones, agravando las ya existentes fallas sociales y debilitando la fe popular en los procesos democráticos.

Durante los últimos 14 meses, Global Americans junto con un equipo interdisciplinario de politólogos, periodistas e ingenieros del Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Monterrey (Monterrey, México), la Universidad del Rosario (Bogotá, Colombia), Medianálisis (Caracas, Venezuela), y el Centro para la Apertura y el Desarrollo de América Latina (Buenos Aires, Argentina), se han dedicado a realizar un análisis profundo sobre la desinformación, información falsa y propaganda extranjera en América Latina y el Caribe, examinando cómo este fenómeno se manifiesta en los distintos contextos nacionales de México, Chile, Colombia, Argentina y Perú. Impulsado por preguntas fundamentales de investigación que siguen sin ser abordadas en la literatura actual —¿cómo se difunde la información falsa, desinformación y propaganda en América Latina por medios de comunicación extranjeros (especialmente Xinhua en Español y CGTN Español, ambas de China; y RT Actualidad y Sptunik Mundo de Rusia) y consumida por las audiencias latinoamericanas? ¿Cuáles son las implicaciones de políticas regionales por dicho consumo?— hemos intentado obtener una perspectiva comparativa y regional sobre la desinformación y su impacto en América Latina y el Caribe. Enfocándonos principalmente, pero no exclusivamente, en la desinformación e información falsa en el contexto de la pandemia COVID-19, hemos recopilado conocimientos importantes sobre las motivaciones geopolíticas y las estrategias implementadas por regímenes autoritarios —ya sea encabezados por Vladimir Putin, Nicolás Maduro o Xi Jinping— en una región que en las últimas décadas ha surgido como campo de batalla ideológico entre la democracia liberal de libre mercado de Occidente, y la autocracia controlada por el estado.

Con el fin de la pandemia COVID-19 tan lejano, la diplomacia de la vacunas continuará siendo una variable clave que influirá en el panorama geopolítico global en el futuro cercano. Naciones del sudeste asiático —incluidas Tailandia, Indonesia, Malasia, Camboya y Filipinas— están volteando cada vez más hacia Estados Unidos y Europa Occidental, ya que las vacunas chinas no han logrado frenar los brotes de COVID-19, que se encuentran entre los de más rápido crecimiento en el mundo. Sin embargo, no hay duda que en los países donde cualquier vacuna sigue siendo un bien valioso —especialmente en el Caribe, América Central y gran parte de África, donde solo se han vacunado por completo a muy pequeñas fracciones de la población— las vacunas chinas y rusas continuarán teniendo gran demanda.

El hecho de que muchos países ricos con las tasas más altas de vacunación, incluidos Estados Unidos, Israel, Reino UnidoFrancia y Alemania, hayan anunciado planes (o ya hayan comenzado) para administrar millones de dosis de refuerzo a sus ciudadanos más vulnerables —a pesar del llamado de la Organización Mundial de la Salud (OMS) para suspender o retrasar las dosis de refuerzo, destinado a reducir la desigualdad global de vacunas y prevenir la evolución de nuevas variantes— significa que las naciones más pobres continuarán luchando para competir en el mercado abierto de vacunas, haciendo de los acuerdos condicionados, y aderezados con narrativas de solidaridad y humanitarismo, con Rusia, China e incluso Cuba, una alternativa cada vez más atractiva.

Donde quiera que esté la diplomacia de las vacunas, seguramente le seguirán la desinformación, información falsa y propaganda, y seguramente continuarán ejerciendo su influencia sobre el orden geopolítico global que —como lo ilustra impresionantemente la caótica retirada de Occidente de Afganistán en medio de la toma de Kabul por parte de los talibanes— se podría decir que actualmente está tan inestable como en cualquier otro momento desde el fin de la Segunda Guerra Mundial.

En efecto, a medida en que el panorama geopolítico cambia bajo nuestros pies y ante nuestros ojos, entender la desinformación e información falsa será crítico para desarrollar nuestra comprensión sobre cómo ciertas potencias extranjeras buscan aprovechar la vulnerabilidad—política, económica, diplomática y epidemiológica—en el avance de sus propios objetivos geopolíticos. En nombre de Global Americans y nuestros socios, esperamos que nuestro proyecto sirva como una guía temprana para tal entendimiento a través de América Latina, el Caribe y todo el hemisferio occidental.