Paridad, ese infierno tan temido Por María Elina Serrano

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 Desde el año 2017 donde se sancionó la Ley de Paridad de Género en los cargos legislativos nacionales, tenemos la falsa idea de que las mujeres ocupan la mitad de los escaños. En este momento, las mujeres somos el 41,24 % en Diputados y el 40,27 en la Cámara de Senadores. ¿Dónde está la trampa?
  

Si las mujeres hemos achicado drásticamente las brechas en materia de salud y educación, ¿porqué siguen siendo tan pronunciadas las brechas de género en los ámbitos de la economía y la política?

Una fórmula relativamente fácil de revertir el proceso es la paridad. La Ley de Cupo de 1991 y la de Paridad de 2017, por ejemplo, obligaron a los partidos políticos a abrir espacios en las candidaturas legislativas nacionales, y muchas provincias se sumaron a la iniciativa.

Sin embargo, a cuatro años de la sanción de la Ley de Paridad, los hombres siguen siendo mayoría. Seguimos seis a cuatro. Esa es la proporción. ¿Qué está pasando?

 

Machirulas modelo 1991

Durante la década del 90, la participación política de las  mujeres creció considerablemente. Casualidad? No, fue la sanción de la Ley 24.012 de cupo femenino en 1991 que estableció un piso de 30% de mujeres en las listas legislativas. Muchos se opusieron a establecer espacios definidos para las mujeres. Increíblemente, muchas mujeres que decían no estar de acuerdo con el cupo, manifestando que las mujeres “se ganen los espacios con trabajo y capacidad”.

Las que se oponían no eran mujeres políticas, hechas desde abajo o militantes sociales. Las que estaban en contra del cupo eran aquellas que, desde una posición de poder, desde el conservadurismo social o desde la conveniencia personal, estaban en contra de permitir “espacios fijos” destinados a sus propias congéneres. La política era aún, un espacio mal visto para las “señoras de su casa” y las voces de las mujeres eran poco escuchadas en los foros importantes.

 

Con esta sí, con esta no

Pero ¿porqué ocupamos tan poco espacio en los círculos del poder? Históricamente no ha importado el “talento” de las mujeres. Sólo por nuestra condición de ser mujeres se nos descalificaba para ciertos trabajos y espacios, sin importar justamente, nuestro talento. Por otra parte, ¿quién tiene el “talentómetro” aquel elemento imaginario para medir las potencialidades y la capacidad funcional de quienes pueden ocupar ciertos lugares?

El concepto mismo del “mérito” se usa como si fuera algo objetivo, cuantificable y fácil de determinar. Y no lo es. Llena de prejuicios y falsas interpretaciones, la sociedad califica y descalifica: esta sí, esta no.

Que argumentos usamos para preferir a una persona sobre otra? A una mujer sobre otra? A un varón sobre una mujer y viceversa? Qué exigimos a las mujeres que no le exigimos a los hombres?

Y si miráramos a las personas más allá del género? El mundo no es binario, y hemos dicho “personas”. No importa el género. A ver cuán objetivos estamos siendo, si evaluamos con una mano en el corazón.

Un mal necesario

Debemos asumir que son muchas las razones para promover la inclusión de las mujeres en ciertos espacios. Si le preguntamos a alguien el motivo, mayormente nos dicen que nosotras somos “diferentes”, que tenemos un estilo distinto de “razonar”, que nos preocupamos por “problemas” distintos (sí, los problemas “de las mujeres”).

Estas respuestas se encuentran ancladas en los estereotipos de siempre: se basan en la diferencia de género. Las mujeres no amenazamos el sistema de toma de decisiones: lo reforzamos, ampliamos la mirada, desdibujamos el pensamiento único y establecemos una lista diferente de prioridades.

Tampoco somos todas iguales, ni trabajamos en las mismas áreas. Aún se entiende (erróneamente) que las mujeres nos ocuparemos de los temas relacionados a las ciencias sociales, a la salud, o a las ciencias naturales. Estereotipos una y otra vez.

Nosotras a la cabeza

La ley 27. 412 (diciembre, 2017)  estableció que, a partir de las elecciones nacionales de 2019, las listas legislativas deberían integrarse en un 50 por ciento por mujeres de manera intercalada y sucesiva.

En ese momento, el Congreso Nacional se encontraba  integrado por 97 diputadas, que representaban un 38% del total de la Cámara, y por 29 senadoras, un 40% del cuerpo.

Las elecciones de 2019 mejoraron apenas nuestra participación en la Cámara baja, que quedó conformada por 106 mujeres, pero permaneció sin cambios el Senado.

Porqué no aumentó la participación en el Senado a pesar de la Ley de Paridad?

Es muy sencillo: en la elección de senadores, al ser tres bancas por provincia, generalmente obtiene dos bancas el partido mayoritario y una el minoritario. Y como las listas suelen encabezarla  los hombres… son dos hombres y una mujer los senadores. Así se da en veinte provincias.

Solo cuando las mujeres somos cabeza de listas, deriva en dos mujeres y un hombre representando a la provincia. Esto sucedió en Mendoza, Neuquén,  Santa Cruz y Tucumán.

En Diputados, al encabezar los hombres siempre hay más hombres que mujeres. Las mujeres vamos en la lista en los números pares. En los números impares, ellos salen ganando.

Dice el refrán que “el que pega primero, pega dos veces”.

Senados provinciales, asignatura pendiente

Hemos avanzado mucho, pero aún existen asignaturas pendientes. Encabezar permitirá dar vuelta la proporción también en las provincias.

En las siete provincias donde el sistema es bicameral, los senadores provinciales representan a los distintos departamentos o secciones electorales. La desigualdad es enorme y asusta.

Provincia de Buenos Aires: 19 mujeres y 27 hombres.

Provincia de Mendoza: 15 mujeres y 23 hombres

Provincia de San Luis: 3 mujeres y 6 hombres

Provincia de Corrientes: 4 mujeres y 10 hombres

Provincia de Entre Ríos: 4 mujeres y 13 hombres

Provincia de Santa Fe: 1 mujer y 18 hombres

Provincia de Salta: 1 mujer y 22 hombres

Provincia de Catamarca: 16 hombres.

Mujeres, trabajemos para encabezar y que de una vez por todas sea 50 y 50, pero en serio.

Será la única manera para corregir el histórico 6 a 4 que se resiste a las leyes de paridad.

 Y que llegue ese infierno tan temido… más mujeres que hombres, por una vez en la vida.